La Voz de Galicia 10 de Septiembre de 2008
Ha sido tal el follón que ha levantado la decisión del Gobierno socialista de crear la nueva materia que este año se estrena, entre otros, en los colegios de Galicia, que la polvareda impide ver aquellas evidencias que hubieran permitido debatir el asunto de un modo serio y racional.
Cuatro de ellas me parecen esenciales: que los poderes públicos ejercen una competencia impepinable al diseñar los planes de estudio que se siguen en España; que las asignaturas creadas en virtud de tal competencia no pueden ser objetadas por los estudiantes o por sus progenitores; que animar esa objeción, como han hecho al alimón la Iglesia y el PP, constituye una irresponsabilidad impropia de un partido con vocación de Gobierno y de una institución que ha ejercido durante siglos el monopolio de la educación moral en las escuelas; y, por último que, ciertamente, no es lo mismo enseñar matemáticas o inglés -o, incluso, historia- que enseñar una materia trufada hasta su médula de ideología y de valores.
Sobre las tres primeras evidencias no hay mucho que añadir, salvo que de lo que se trate sea de aprovechar la inmensa torpeza de quienes promocionan la objeción, para sacar la correspondiente tajada de partido. La cuarta permite, sin embargo, realizar alguna reflexión que quizá sea útil para los padres que tienen dudas razonables respecto de lo que se va a enseñar a sus hijos desde ahora y no actúan movidos por el único afán de oponerse al partido que gobierna en España y en Galicia.
Y es que, aun admitiendo que casi todas las materias que se explican en colegios e institutos pueden ser manipuladas desde el punto de vista ideológico o moral, a nada lleva negar que la que ahora estrenamos puede serlo en una medida superior. ¿Cabe deducir de ahí que la materia haya de suprimirse o deba ser susceptible de objeción? En absoluto: la deducción lógica de tal constatación es que deben definirse de la manera más precisa posible sus perfiles (que han de pivotar esencialmente sobre la explicación de las normas básicas del sistema democrático y el mundo de valores en el que se fundamenta) y deben establecerse los oportunos medios de control para evitar que colegios o docentes hagan mangas y capirotes, lavando el cerebro, en un sentido u otro, a los alumnos.
Es obvio, por ejemplo, que en el colegio no debe adoctrinarse sobre el aborto o la homosexualidad, realidades que, en una sociedad pluralista, pueden ser juzgadas desde perspectivas muy distintas. Pero lo es también que los chavales, cuando les toque por su edad, deben aprender que la homosexualidad es una opción personal que merece pleno respeto y que las mujeres pueden interrumpir su embarazo dentro de los límites fijados por la ley. Ni más, ni menos.
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