Los hechos los relataba ayer este periódico: un trabajador de la empresa Navantia de Ferrol -coordinador, a su vez, en Ferrolterra de la Mesa pola Normalización Lingüística- realiza, en gallego, una consulta a una compañera del servicio Helpdesk, sito en Madrid y encargado de los problemas informáticos. La empleada, castellano parlante, como cabía suponer, alude no entender la consulta realizada y tras un diálogo de sordos a través de varios correos electrónicos, respectivamente escritos en castellano y en gallego, acaba espetándole a su compañero lo que sigue: «El resto de su escrito no sé si lo escribe su hijo de dos años o es algún dialecto con el que hablan ustedes en su aldea».
Aunque del cruce de mensajes es fácil deducir que esa estúpida respuesta nace del cabreo que le produce a la trabajadora de Helpdesk la insistencia de su colega en dirigirse a ella en gallego en lugar de en la lengua común que presumiblemente hablan los dos, no cabe duda alguna de que sus palabras son también expresión de una incultura supina y de esa necia jactancia de la que suelen hacer gala quienes desprecian cuanto ignoran. Tildar de dialecto de aldea a un idioma secular, en el que hoy hablamos cientos de miles de gallegos y en el que están escritas páginas y páginas de asombrosa belleza literaria, es más merecedor de piedad -la que produce la burramia- que de desprecio.
La Mesa pola Normalización Lingüística ha hablado de «unha auténtica aldraxe para o noso pobo» y ha hecho bien, sin duda, en protestar por ese desdén hacia una de las dos lenguas de Galicia.
En todo caso, reconozcamos para ser justos que el incidente tiene otra cara, que no debería ocultarse por corrección política o por miedo. ¿Es razonable, y respetuoso, que alguien se dirija a un compañero de trabajo (a cualquiera, en realidad) en un idioma que es lógico suponer que desconoce, pudiendo hacerlo en la lengua común que ambos manejan? ¿Qué sucedería si en las Administraciones públicas, la policía, la justicia, la sanidad o el mundo de la empresa se generalizase una práctica en la que el idioma funciona como una señal de identidad en permanente orden de batalla y no como un instrumento para la comunicación?
No es difícil responder: pasaría que en España no habría forma de entenderse y que, en lugar de vehículos para el entendimiento, las lenguas serían, como los coches de choque de las ferias, vehículos para el embestimiento. Por fortuna, y como un grupo de profesionales acabamos de proclamar en un Manifiesto por la lengua común, hay una en nuestro país, ni mejor ni peor que las demás lenguas de España, que tiene sobre ellas una ventaja para la comunicación común: que la hablamos la inmensa mayoría.
Aunque del cruce de mensajes es fácil deducir que esa estúpida respuesta nace del cabreo que le produce a la trabajadora de Helpdesk la insistencia de su colega en dirigirse a ella en gallego en lugar de en la lengua común que presumiblemente hablan los dos, no cabe duda alguna de que sus palabras son también expresión de una incultura supina y de esa necia jactancia de la que suelen hacer gala quienes desprecian cuanto ignoran. Tildar de dialecto de aldea a un idioma secular, en el que hoy hablamos cientos de miles de gallegos y en el que están escritas páginas y páginas de asombrosa belleza literaria, es más merecedor de piedad -la que produce la burramia- que de desprecio.
La Mesa pola Normalización Lingüística ha hablado de «unha auténtica aldraxe para o noso pobo» y ha hecho bien, sin duda, en protestar por ese desdén hacia una de las dos lenguas de Galicia.
En todo caso, reconozcamos para ser justos que el incidente tiene otra cara, que no debería ocultarse por corrección política o por miedo. ¿Es razonable, y respetuoso, que alguien se dirija a un compañero de trabajo (a cualquiera, en realidad) en un idioma que es lógico suponer que desconoce, pudiendo hacerlo en la lengua común que ambos manejan? ¿Qué sucedería si en las Administraciones públicas, la policía, la justicia, la sanidad o el mundo de la empresa se generalizase una práctica en la que el idioma funciona como una señal de identidad en permanente orden de batalla y no como un instrumento para la comunicación?
No es difícil responder: pasaría que en España no habría forma de entenderse y que, en lugar de vehículos para el entendimiento, las lenguas serían, como los coches de choque de las ferias, vehículos para el embestimiento. Por fortuna, y como un grupo de profesionales acabamos de proclamar en un Manifiesto por la lengua común, hay una en nuestro país, ni mejor ni peor que las demás lenguas de España, que tiene sobre ellas una ventaja para la comunicación común: que la hablamos la inmensa mayoría.
Escribe Roberto Blanco Valdés el 8 de Septiembre de 2008
en La Voz de Galicia (www.lavozdegalicia.es)
5 comentarios:
No sé si es una vuelta a la equidistancia o que el compañero Roberto Blanco no lo tiene muy claro, pero creo que su análisis del incidente entre el "normalizeitor" de ferrol y su compañera de Madrid me parece realmente desafortunado.
El primer y único responsable del mismo fue el ferrolano que trataba de imponer en un necesario diálogo de trabajo, el imposible uso de una lengua que, como sabía, o supo, sólo conocía él. En un sistema empresarial no condicionado por políticas disgregadoras, debería ser sancionado por perder, y hacer perder, innecesariamente tiempo de trabajo en una discusión ridícula y bizantina.
Sobre la actuación de la compañera madrileña, diré que me queda la duda, no o especifica Roberto, si el ferrolano usaba "gallego normalizado" o no, y en éste último caso, que variante lingüistica del gallego (pues tengo entendido que existen varias) empleó. Por tanto la respuesta de la madrileña me parece de lo más acertada, algo encendida, pero acertada, pues nadie podrá afirmar que la educación, el respeto y la cortesía estubieran presente en la actitud, del "aldeano" de Ferrol (se portó como tal, en el sentido de cerrado e ignorante), así que ese cierto desdén se lo había ganado a pulso.
Una cosa es respetar a los adversarios y otra pedirles perdón por discrepar. Más arrojo y menos cogérsela con papel de fumar, Roberto, más arrojo.
Tu comentario está plagado de sentido común, pero yo contesto a tu pregunta: "¿Es razonable, y respetuoso, que alguien se dirija a un compañero de trabajo (a cualquiera, en realidad) en un idioma que es lógico suponer que desconoce, pudiendo hacerlo en la lengua común que ambos manejan?".
La respuesta es no, de ninguna manera. Las lenguas son vehículos comunicativos y, por lo tanto, cuando una persona se dirige a otra en un idioma que aquella no maneja -habiendo, se entiende, uno común a ambos-, no hay forma de disculpar semejante actuación.
Lo que está sucediendo es que se pelea con el instrumento más importante del ser humano.
Hace falta más lógica, más sentido común, menos orgullo, menos dispendio...y menos "hecho diferencial".
¿Dónde está la inteligencia?
Bueno pues yo voy a discrepar, una vez más... A mí el comentario del Sr. Blanco Valdés me parece muy acertado. Sí es cierto que hemos de pensar que el ferrolano tendría que saber que la madrileña no entiende el gallego. Pero si vamos a suponer, supongamos que si es un gallego hablante lo lógico es que utilice el gallego con más naturalidad que el castellano y que probablemente lo usara como primera reacción. Así que no creo que seamos nadie para censurarlo por ello.
Sin embargo lo que no parece lógico es que siga en su empecinamiento tras comprobar que la compañera madrileña no lo entendía.
Y la señorita de Madrid, por mucho que no entienda el gallego no tiene ninguna excusa para faltar al respeto a nadie por su idioma, aún siendo de aldea, que no lo es.
En fin, que semejante intercambio, o ausencia de éste más bien, de insultos y falta de educación, respeto, compañerismo, etc. me parece que merece al menos las palabras del Sr. Blanco, como siempre sabias y acertadas.
Pues yo por el camino de en medio.
Cualquiera puede cometer el error de hablar en la lengua que otro no entiende y cualquiera puede desconocer la lengua que se usa en otro país. (sin entrar en polémica con la definición de país).
Lo que tengo claro es que cuando dos personas discuten sin escuchar al otro y encerrados en sus propios razonamientos se llega a la cabezonería, de ahí al fanatismo y del fanatismo al insulto. El siguiente paso es la denuncia a la justicia o la violencia pura y dura.
Desgraciadamente es lo que suele ocurrir cuando se habla con extremistas y cabezones de uno y otro lado. Tanto monta, monta tanto.
Que se lo aplique doña Rosa en su discurso. No se debe demonizar a todos los del Bloque por unos pocos "cabezones".
Lo que a mi me parece es que ni el PP ni el PSOE cuando gobiernan ponen el carácter que hay que poner para defender al estado sin prejuicios ni complejos.
En un estado moderno por muchas lenguas que haya , hay una oficial que no es sustituida ni se permite apartala o cambiar la gusto del consumidor por otra.
En realidad ndie defiendo los intereses del estado como si el estado no tuviese intereses ni derechos que cumplir con él el ciudadano
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