Escribe Miguel Gamillo.
No estábamos acostumbrados a oirla. hasta ahora, nuestras Cámaras representativas eran un zoco persa en el que se subastaban intereses ajenos a los valores nacionales.
Se hablaba, se pasteleaba, se disputaba, y se imponía siempre una mayoría que velaba por un ‘consenso’ que cuidaba ante todo de preservar el uso y disfrute de las gabelas y canonjías de los ‘representanets de la soberanía popular’. Una soberanía en crisis. Una soberanía atacada por tempestades segregacionistas.
Pero llegó ella. La voz que clama contra el árido desierto de intereses particularistas. La que señala verdades evidentes, no por ocultas menos ciertas. La voz que habla de una nueva España.
La voz que clama contra privilegios insostenibles desde el más puro sentido común. La que promueve un Estado amparador de los derechos de todos, sin discriminaciones, sin desapegos, sin mutuas desconfianzas. Una voz que reclama una nueva Ley Electoral. Una recuperación de la
tutela estatal sobre aquellas materias que afectan al cuerpo de la Nación. Una educación de todos
y para todos. Una justicia independiente y limpia de manejos partidistas, que dé, en verdad, a cada uno lo que le corresponde. Todo ello dentro de un nuevo Estato democrático, reconstituido sobre la base de administrar, conservar y acrecer lo que a todos pertenece. Que no convierta en ceca de cambio de favores la subasta de bienes universales como el agua, para sucios cambalaches que otorguen a determinados gobiernos el voto interesado y circunstancial de minorías insaciables e insoliarias, que reniegan del concepto nacional, que a todos unos une y ampara, en búsqueda de sus utopías identitarias.
Esa voz, por el momento solitaria, es la de Rosa Díez. Podría decirse que es la voz que clama en el desierto del egoísmo, de la insolidaridad, de la exclusión, del adocenamiento de la cobardía y de la acomodaticia indolencia de los instalados en el privilegio. Es verdad que está sola.
De momento. Pero llegará la hora en que se verá acompañada de otras voces.
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