El problema de tener un cargo público es que, como tal eres analizado no sólo por lo que dices sino también por cómo lo dices. Si a esto añadimos que el cargo sea representativo, entonces hay que tener en cuenta también la responsabilidad que conlleva. Pero aún se puede complicar más cuando ni siquiera se hacen este tipo de reflexiones, y esto es lo que parece haberle pasado a este nuevo ejecutivo. Un ejecutivo más dedicado a su imagen pública que a ejecutar, como se viene demostrando desde que el presidente nombró a su gabinete basándose en razonamientos como ‘la primera mujer…’, ‘el primer ministerio…’, ‘el primer teléfono…’, etc.
Cada semana no nos queda más remedio que estar pendiente de nuestro gobierno, como quien está enganchado a la telenovela de turno, a ver qué pasa esta vez. Y prácticamente nunca nos decepciona, lo cual en el fondo es demasiado triste para analizarlo en profundidad porque somos nosotros los responsables de que estén ahí, ya sea por acción o por omisión.
En el último capítulo ‘disfrutamos’ de la aparición estelar de la ministra Aído, cabeza de un nuevo ministerio sin una función concreta y que por esa misma razón parece que el presidente ha dedicado algún tiempo a buscarle ocupación pública. Hay que justificar el gasto del presupuesto que se ha asignado a esta nueva cartera. Pero las cosas no han salido exactamente como cabría esperar, y no me refiero a que haya hecho una gracia sobre un tema que no la tiene, o a que se haya sacado de la manga la idea de un teléfono para los delincuentes, porque cualquiera se puede equivocar, también una ministra, aunque su cargo debería pesarle lo suficiente como para comprobar todo las veces que fuera necesario para no caer en un error. Pero, como digo, no me refiero a eso, me refiero al mal entendido orgullo, a la actitud de prepotencia y soberbia de quien se cree por encima del bien y del mal, a traspasar ese punto de no retorno que hace que un error personal cada vez sea más grande, y cada vez se complique más e involucre a más gente, y lo que es peor, más dinero público pagado por nosotros. Hasta tal punto ha llegado el desatino que después de recibir la respuesta lógica y negativa de la Real Academia Española de la lengua a su petición de ampliar nuestro diccionario con el palabro de su invención ‘miembra’, no sólo no lo acepta sino que acusa a la institución de machismo, según ella, probado porque sólo tiene a tres mujeres entre sus miembros. ¡¿Pero hasta dónde puede llegar este gobierno?!
No hay nada más respetado que el reconocer una equivocación y ser lo suficientemente humilde como para rectificar, incluso si eres un cargo público representativo como decíamos al principio, o puede que más aún en este caso. Una reacción así invita a quien la presencia a reaccionar positivamente hacia ese cargo, y a que se valore aún más su esfuerzo y su predisposición.
¿Es que este gobierno nuestro está tan pagado de sí mismo que no es capaz de hacer un razonamiento tan simple? Aunque qué se podría esperar de los que pasan por encima de nuestra historia sin respetar a nadie, ni siquiera su propia historia como partido, y de los que negocian y se retractan dependiendo de la ganancia que puedan obtener de ello.
Cada semana no nos queda más remedio que estar pendiente de nuestro gobierno, como quien está enganchado a la telenovela de turno, a ver qué pasa esta vez. Y prácticamente nunca nos decepciona, lo cual en el fondo es demasiado triste para analizarlo en profundidad porque somos nosotros los responsables de que estén ahí, ya sea por acción o por omisión.
En el último capítulo ‘disfrutamos’ de la aparición estelar de la ministra Aído, cabeza de un nuevo ministerio sin una función concreta y que por esa misma razón parece que el presidente ha dedicado algún tiempo a buscarle ocupación pública. Hay que justificar el gasto del presupuesto que se ha asignado a esta nueva cartera. Pero las cosas no han salido exactamente como cabría esperar, y no me refiero a que haya hecho una gracia sobre un tema que no la tiene, o a que se haya sacado de la manga la idea de un teléfono para los delincuentes, porque cualquiera se puede equivocar, también una ministra, aunque su cargo debería pesarle lo suficiente como para comprobar todo las veces que fuera necesario para no caer en un error. Pero, como digo, no me refiero a eso, me refiero al mal entendido orgullo, a la actitud de prepotencia y soberbia de quien se cree por encima del bien y del mal, a traspasar ese punto de no retorno que hace que un error personal cada vez sea más grande, y cada vez se complique más e involucre a más gente, y lo que es peor, más dinero público pagado por nosotros. Hasta tal punto ha llegado el desatino que después de recibir la respuesta lógica y negativa de la Real Academia Española de la lengua a su petición de ampliar nuestro diccionario con el palabro de su invención ‘miembra’, no sólo no lo acepta sino que acusa a la institución de machismo, según ella, probado porque sólo tiene a tres mujeres entre sus miembros. ¡¿Pero hasta dónde puede llegar este gobierno?!
No hay nada más respetado que el reconocer una equivocación y ser lo suficientemente humilde como para rectificar, incluso si eres un cargo público representativo como decíamos al principio, o puede que más aún en este caso. Una reacción así invita a quien la presencia a reaccionar positivamente hacia ese cargo, y a que se valore aún más su esfuerzo y su predisposición.
¿Es que este gobierno nuestro está tan pagado de sí mismo que no es capaz de hacer un razonamiento tan simple? Aunque qué se podría esperar de los que pasan por encima de nuestra historia sin respetar a nadie, ni siquiera su propia historia como partido, y de los que negocian y se retractan dependiendo de la ganancia que puedan obtener de ello.
Fotografía: El Semanal Digital
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